martes, 4 de octubre de 2022

Liminal departamental docente.

 "Idiota perdido, aquel

que no se reconoce en un odio insensato."

~ Miguel Abuelo.


Me considero un actor. Casi como vos, el personaje principal que represento, soy yo mismo ("si no sos vos, quién..."). Además, nobleza obliga al docente (oficio que, por supuesto, también implica el ejercicio de la actuación); a una articulación entre la práctica (madre de verdades), y la teoría (digestión, padre, límite).

Luego de estas consideraciones, la gran pregunta que origina toda reflexión: "¿Qué hice?" (Si no es esto, qué...). ¿De qué se trató esa intervención en asamblea? ¿Quién era ese personaje leonino, violento, atrevido; primero poeta, luego guerrero; primero ciudadano, luego agorero..? La respuesta sencilla y más honesta: No lo sé. Sé, sí, que ciertas energías presentes, que urdieron la trama de su composición, me alejaron del guión original (estrategia), derivando en una práctica improvisada que se cargó de un cierto devenir fascista, que se tornó necesaria una vez en la batalla (táctica). Puedo hacerme responsable de dar lugar en mi cuerpo a tales espíritus; ya no así de lo que mi  personaje (ese que vieron) necesitó hacer una vez expuesto, para correrse de ahí (si no era entonces, cuándo...).

Esto se alejará tanto como sea posible de una disculpa: Me hago cargo de mis actos y mis dichos; especialmente, por no haber enunciado claramente el pacto de la ficción, patrona del teatro. Mala mía. Tal vez el vestuario y la manera ampulosa y sobreactuada quedaron cortas para su declaración (siempre es más fácil creer que estamos ante la locura -exuberante y llamativa- que ante el arte, su hermana menor). Pero, de todos modos, cualquier persona ofendida elija su frase favorita del catálogo de Diego Armando Maradona y apúntela hacia su persona. Cualquiera, por ejemplo: "¡Que la chupen!" O: "El guardapolvos no se mancha."

Y así como la pelota busca al jugador y a veces se la dan al pelotudo; los demonios buscan a las personas que actúan, apenas para expresarse. Viven en las sombras y alteran el alma humana, hasta que les damos lugar. En un escenario bélico, como es una asamblea, cada quien muestra su mejor guerrero. Y si, en dicha muestra, se puede tener errores; hay sólo uno que puede ser considerado el más terrible y hermoso: Se da cada vez que se elije si terminar con un ají putaparió o con una mariposa. Tal vez conocen la anécdota: Un maestro poeta contempla la obra de su estudiante de haiku, que lee orgullosamente algo así:

La mariposa,
arranqué sus alitas:
me quedó este ají.

El maestro, levemente indignado con la expresión satisfecha de la criatura ante sus ojos, toma la palabra; y pregunta: ¿Qué tal si probamos algo así?

Tomo ya tu ají,
le agrego dos alitas:
Ve, mariposa.

La mayoría de las veces somos quien aprende del maestro. Mas sabemos, también, que fue la práctica eso que le dio un título ante los demás (no así unos años pasados en un edificio antiguo, perdiendo la vista entre libros viejos para ganar conocimiento). Y a veces es difícil saber de qué lado estamos. Pero cuando uno cuenta con un equipo de producción, puede resultar difícil atenerse al guión una vez expuesto a las tentaciones humanas (tales como el escenario y el público). Y cuando el guionista (a quien, por preferencias de anonimato, nos referiremos mediante su seudónimo Patriciosaurus Rex), cuando ese guionista hizo un esfuerzo para sacarse una mariposa de la galera; hay que ser impecable para no arrancarle las alitas en un sólo acto.

¿Para qué hablar del después, de los corazones rotos? ¿Para qué referirnos al torpe darse cuenta que lo que nos quedó entre las manos nos es más que el cadáver de una mariposa, difícil de usar para aliñar la ensalada? ¿Algo que decir del llanto incontenible, de esa pregunta colgada de la puerta de salida de la inocencia: ¿Por qué yo?? ¿Hablar del descubrimiento de las traiciones? ¿De la caída de los ángeles a los infiernos? Elijo devolverles las alas: Hablo de las amistades que acompañan. De la sonrisa fraternal. Del perdón.

¿Es el mundo otra cosa que una sala de juegos? ¿Es la vida diferente de una propuesta teatral sumamente elaborada? ¿Es necesario tomarnos tan seriamente?

Suenan las campanas.

Recreo.







jueves, 25 de agosto de 2022

Les desnudes.

“Veo, veo; las palabras nunca son
lo mejor para estar desnudos.”

- Luis Alberto Spinetta.


Un viernes a la noche presencié, en el Espacio Bravo de Pichincha, una manifestación de cariño y cuidado hacia el interior de una grupalidad. En un espacio escénico que se presentaba de la mejor manera posible: como espacio onírico realizado; destinado al desvelamiento. Puesto al servicio, en este caso, de naturalizar la caída de los velos, literales, de la ropa: plantear la desnudez.

Hacia afuera, la incomodidad de encontrarnos sin las barreras que nos posibilitan la construcción de prejuicios sobre los cuerpos, de relatos sobre las subjetividades, de respuestas a preguntas (¿innecesarias?) que no nos hacemos cotidianamente, que no le hacemos a nadie. Nos vestimos de los prejuicios que queremos sembrar en otras personas, y construimos a esas personas a partir de supuestos que crecen (muchos) de su cubierta. Cuando eso nos falta, quizás, hay algo simbólico de dónde agarrarnos en los tatuajes: en esos dibujos que permanecen entre declaraciones ideológicas y meros adornos… Si no en los tamaños, la calidad de la piel, la cantidad de pelos o de pliegues, los genitales, la forma del movimiento que transluce la energía… ¿Podremos abandonar la necesidad de interpretar?

¿Cómo hablar de eso que vi, de esas energías? Se me ocurrió suponer una carta astral a partir de lo perceptible, de lo que se percibió esa noche, en esa función particular: ¿Se puede decir que fue una obra (una performance) con sol en piscis, luna en acuario y ascendente en escorpio? ¿Se puede hablar de marte en libra, o de venus en cáncer? ¿Es acaso un juego al que jugar a partir de ese otro juego? ¿Saturno en casa 11?

Tal vez cuesta encontrar el lugar desde dónde mirar, desde dónde acercarnos, siendo que, apenas llegamos, recibimos un asiento de voyeur. ¿Cómo salimos de ahí? Una forma, para mí, fue empatizar con el disfrute, con la comodidad, con el juego que se veía que jugaban; cuyas reglas no estaban del todo claras desde afuera. Entregar y soltar pesos. Tomar y dejar ir. Contacto.

Me surgían internamente, y cada tanto resonaban, las palabras: “cuerpos privilegiados”. Cuerpos jóvenes, saludables, de clase media, diría, entrenados para la escena. Cuerpos disponibles, habilitados. ¿Será más fácil la desnudez para esos cuerpos? ¿Cómo se vive su mayor o menor distancia a la hegemonía estética? ¿Cómo sería que todas las personas presentes como público se desvistan y se sumen lentamente? ¿Cómo sería la ruptura de la cuarta pared, la invasión? ¿Cómo sería con cuerpos que ni siquiera están entre el público, cuerpos de afuera de la sala? ¿Cuerpos ancianos, cuerpos enfermos, cuerpos pobres? ¿Cómo sería una pandemia de desnudez socialmente aceptada?

La vestimenta aparece como envoltorio del cuerpo, como una máscara que nos permite proyectar algo que elegimos mostrar en vez de aquello que no podemos evitar, en última instancia.

Es que me surgieron otras preguntas. Primero: ¿Por qué no nos desnudamos para casi nada que no sea bañarse, coger ni atravesar algún tratamiento médico? Y segundo, pero más importante: ¿Por qué no nos desnudamos entre amigues, para pasar el rato? La desnudez es un privilegio que se reserva para el plano de la intimidad. La desnudez se reduce, por descarte, a la sexualidad. La desnudez se percibe como cómica o incómoda. ¿Cómo me siento, entonces, ante una desnudez cómoda e in-cómica? Siendo que nos permitimos, en ocasiones, desnudarnos ante y con personas desconocidas. Aunque sea con alguno de esos fines tradicionales, nos lo permitimos. Aunque resulte incómoda, nos la permitimos…

Y en esto me aparece una respuesta a la resonancia del concepto: “cuerpos privilegiados”. El mayor privilegio es ser cuerpo. Algunas personas dirán “tener” un cuerpo… Pero el cuerpo que habitamos es el cuerpo que somos. El cuerpo a través del cual andamos, percibimos, conocemos, amamos, jugamos, comemos, enfermamos, sanamos… El privilegio del cuerpo es el privilegio de la experiencia y “nadie sabe lo que puede un cuerpo”, como cita a Spinoza cualquier fan de Deleuze. Por eso, ver esos cuerpos, cuerpos en tanto máquinas que se mueven, que se desafían, que se apoyan unas en otras; hace que pase algo, aunque no pase nada. Es como un homenaje al renacimiento greco-romano: Cuerpos (ex)puestos en juego, en tensión, en relajación. Estatuas flexibles, móviles, coloridas, vivas, calientes, húmedas.

Hay, en la desnudez, en la des-porno-erotización, la posibilidad de contemplar esa otra belleza. Y, a su vez, el hallazgo de símbolos irreductibles de lo biológico: El tamaño de los cuerpos. Las diferencias exclusivamente biológicas y evidentes entre cuerpos masculinos y femeninos. Cuerpos casi sin intervenir, excepto con algo de tinta, como dije antes, excepto algún dibujo específico que traduce la presencia de órganos internos que no deberían estar allí. Fuera de eso hay cuerpos de machos y cuerpas de hembras. No existe demasiada participación del género en el sentido social. No existe la posibilidad de saber qué organismos le gustan a qué otros; se dificulta la posibilidad de saber cómo se autopercibe cada cuerpo, cada cuerpa, sin la intervención del lenguaje... todo esto pierde importancia, como si se diluyera (en algún momento me sorprendí de descubrir que el número de cuerpos era impar, y que había más de un sexo que de otro). 

Sin embargo, estos factores juegan en la construcción de cualquier relato posibled: ¿Qué cuerpos protegen a cuáles? ¿Qué sucede con los cuerpos más grandes, con los más chicos? ¿Quién se apoya en quién? ¿Quién defiende a quién? ¿Quién se enfrenta a quién? ¿Quiénes se asocian? ¿Qué pasa cuando se enfrentan? ¿Cómo interactúan "varones" y "mujeres"? Los agrupamientos, las distancias, los dúos, los tríos, los cuartetos… cada sub-agrupamiento parece adquirir nuevas posibilidades de sentido que, sin duda, quedan sujetos a libre interpretación; por lo tanto, a una construcción que, de ser necesaria, queda bajo completa responsabilidad de quien mira el espectáculo. Pero el “show” se permite ocurrir sin que nadie interponga palabras, se permite quedarse más acá de un sutil acompañamiento musical; e, incluso, se permite intercambios de palabras inaudibles, y gestos que parecen darle un lugar importante al “secreto” que nunca será revelado: Entre esas personas, algo se dicen. No sabemos qué.

Así, el evento artístico crece en intimidad, en complicidad interna, en movimientos lúdicos de una diversión que se disuelve en el gesto suicida, inespoileable, del final. Un gesto polémico, que nos puede hacer sentir una traición. Un gesto que, mientras traslada la incomodidad, nos demuestra que lo más naturalizado puede ser lo menos natural.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Festival Internacional de Teatro, Rosario, 2014.


Cihuacoatl - Jaime Carbo Marchesini - 2011

"El amor no mira con los ojos, sino con el alma."

"El mundo entero es un teatro."

~William Shakespeare.


Ío probo a volare.

Un musical espléndido. Con un simpleza absoluta y la total presencia de sus personajes (dos de ellos, los músicos, un acordeón y una guitarra, casi escenográficos) se desenvuelve en un tiempo exquisito, con un relato ágil e inteligente, y un español acentuado de italiano que deslumbró.

Me sorprende una vez más la multiplicidad de recursos con las que cuentan los realizadores, porque además uno sabe que está ante una genialidad cuando un recurso simple (como una luz lateral que se prende y se apaga y alguien simulando los dos pares de ruedas de los vagones chocando en la transición entre rieles, y toda la cultura occidental entre cinematográfica y televisiva a cuestas) puede transportar un escenario fijo en un paisaje o un lugar completamente diferente. El escenario se transforma en esa alfombra voladora que, despegada por la luz del resto del mundo, recorre ante la vista y el corazón del público el viaje que se le destina cada noche.

Y trata de volar.

El homenaje a Domenico Modugno se da espectacularmente a través del relato biográfico de un chico de pueblo del sur de Italia que quiere ser actor. Y a través de este relato descubrimos que no existen terceros ni primeros mundos, si no un mundo occidental con el que resonamos en carcajadas. Quiero decir: Existe Italia y los ítalo-argentinos y el humor que nos hace humanos en ese punto esencial donde los extremos se tocan. 

Y entonces uno asiste a lo universal.

La candidez del personaje principal, la complicidad total, el compartir, el entregarse y sacarse ante nosotros la máscara en acotaciones mágicas, los aplausos antes de los remates de los chistes, aplausos a la forma en que nos dirigimos juntos hacia ahí, aplausos de no poder aguantarse que termine de decirlo para festejarlo. 

Y la sensación de que esté todo bien o esté todo mal, siempre se puede estar contentos.

Gelajauziak - Sorbatza.

Ver teatro danza en general implica para algunos un poco más de teatro, pero había algo sorprendente en esta obra perdida. Y digo perdida porque ruidosa, porque sin un objetivo que pudiera definir. Y digo ruidosa por una cuestión de volumen y una música de pedazos electroacústicos, difícil de aceptar pasivamente (tuve que taparme los oídos para sobrevivir).

Magníficos bailarines, algunos más relajados que otros, se movían por el escenario como atrapados por la coreografía. La sensación de encierro me resultó importante. Y fue genial verlo ahí. Esto me gustaría repetir muchas veces: Lo que no nos gusta de una obra puede ser precisamente lo que la haga genial. La posibilidad del teatro de molestarnos, de mostrarnos algo que nos molesta incluso de sí mismo, de abrirnos el paso a la oportunidad de hacerlo de otra forma, de mirarlo desde otro punto de vista.

Porque el teatro es una visión microscópica de nuestras conductas humanas. ¿Qué nos incomoda? ¿Qué nos hace sentir mejor? ¿Qué otro sentido hay que sentir?

Entonces aparecemos ahí, frente a estos muchachos donde uno le quiere sacar la campera a los otros y los otros se la vuelven a poner, cada vez más violentamente, siempre muy cuidado, muy prolijo. Donde la incomodidad se acepta, como la incomodidad de seguir viendo una obra que resulta incómoda, que nos envuelve de ruido, se acepta y uno se queda repitiendo una y otra vez los mismos movimientos calculados. Y algo que resuena con Pina Bausch.

De pronto hay un corte y allí vamos todos a los celulares al diálogo, a repetir nuestra propia coreografía de lo cotidiano. Pero las luces se apagan nuevamente y esta vez vuelven mucho más femeninos y son 5, no 4 como antes, y uno tiene pollera. Y forman una ronda y las flautas de aquella provincia caprichosa de España donde se habla el euskera y se cuida la tradición. Y se descubre la paz cuidada y ancestral de la ronda. Y el alivio todo lo invade. En este momento parece que no estuviéramos tan perdidos. Que no estuviéramos tan solos.

Y entonces de a poco todo empieza a romperse de nuevo. Y se integra lo que rompe con lo que recuerda, lentamente, hasta el fin de la obra.

Y uno se va con sentimientos encontrados y la sensación de lo lindo que es ver a cinco tipos bailando y el recuerdo de un botón que se desprendió de una camisa y en sus volteretas hacia el centro de la espiral donde habría de caer se llevó el protagonismo de la obra. Muy buenos bailarines, muy buenos gimnastas.
Uno con pollerita.

Othelo.

Hablan demasiado de esto, ya antes. Pareciera ser una obra que se recomienda sola. Uno escucha expresiones como “El plato fuerte del festival” y no sé qué más. O se confunde con otra, pero le da lo mismo.

Gente de Buenos Aires que habla fuerte y claro. Modulan y proyectan (¡Ay! ¡Cómo cuesta al principio adaptarse a esa forma de hablarle al infinito!) todo perfecto. Los atuendos adelantan el espíritu paródico de absoluto respeto. Absoluto respeto a la obra de Guillermo Sacudelanzas y a la lectura propia de esa obra. 
Absoluto respeto a los diálogos internos que genera, a los círculos expansivos que la piedra de Willy dibuja en el lago mental de un grupo de porteños absurdos y delirantes.

¿Qué decir de Othelo? ¿De la genialidad con que se usan los espacios, con que se transforma la escenografía, con que se flexibilizan los cuerpos y las voces de cuatro actores (sobre todo de uno, seamos francos, que por algo funcionan los chistes con eso)?

En Othelo todo, absolutamente todo se usa. Lo que no sirve para nada, lo impensado, lo pensado, lo imprescindible. Con todo se teje una red que crece a un ritmo desmesurado a lo largo de dos horas en que los cuerpos escénicos se desintoxican o se deshidratan. Todo ocurre con un humor inevitable, un humor del que no podemos escapar porque siempre encuentra la forma de tocarnos, el recurso preciso, la irreverencia exacta, la forma de refregarte las bolas por la cara.

Destrucción y disfrute, un espíritu dionisíaco absolutamente liberado entre los textos apolíneos del inglés y los movimientos cuidadosos y el tiempo contado.

Y la declaración de que “esto no es clown” como quien sostiene la pipa y negándola. O el dibujo de la pipa, o la idea de la pipa, o del clown.

Y no voy a decir más.

Gracias. Gracias por tanto.

Y ahora, a las órdenes: Si leés esto andá a ver teatro.

Si leés esto andá a abrir tu corazón ante un escenario.

Puede que te den ganas, un poquito más de ganas de actuar intensamente en el escenario de tu propia vida. 

De lo que vos quieras hacer.

miércoles, 13 de marzo de 2013

230001.

"- Lo que no logro entender es si estas chicas son de veras ingeniosas o tienen mucha suerte.
- No me importa. El cerebro te lleva a un punto y la suerte siempre se acaba."


~ "Thelma y Louise", 1:41.

Siempre me dio curiosidad encontrarme con esos dúos de mujeres que parecen ir juntas a todos lados. Uno se acostumbra a que, si ve una, la otra anda por ahí nomás; y a veces cuesta convencernos de no estar viendo doble. Es como una simbiosis... ¿Dónde empieza? ¿Cómo es el momento del primer contacto? ¿Cuándo descubren que se convertirán en Thelma y Louise? Y con el tiempo empiezan a parecerse cada vez más... gesto a gesto, expresión a expresión, su personalidad parece convertirlas en una especie de esquizofrenia invertida que nos pone ante dos cuerpos con una sola alma. Y así configuran amistades, enemistades, sociedades y parejas. Así uno las conoce juntas y las encuentra cada tanto, sabiendo que se va a ahorrar contar la misma historia dos veces.

Entre las Cuerdas de la Teoría y con la soga al cuello. *
¿Habrá estado Sebastián Villar Rojas pensando en estas curiosidades antropológicas cuando se sentó a escribir el guión? La verdad es que no tengo ni idea. Pero elegí imaginarme que sí. Que tomó uno de estos pares de minas, lo aisló, y empezó a imaginarse qué pasaría si todo lo que dicen que van a hacer, lo hicieran.

En una realidad que nos ofrece demasiada información, que muchas veces nos ayuda a generarnos problemas por su excesiva oferta de soluciones, dos mujeres deciden sobrevivir. Y hacen lo que hay que hacer para sobrevivir: actuar. Un proyecto común, que empieza siendo simple, accesible (como vender ropa en una feria) es el punto de partida para que cada una de las personajes ponga de manifiesto sus cualidades, eso que las hace únicas, como para no desaparecer del todo en esa tribu de dos miembros. Eso que hace que la otra dependa de ella, y también la vuelve dependiente.

Los discursos mentales se encarnan en el texto de la obra que uno no termina de saber si es realista, paródica o trágica. Ahí, en la burbuja ascéptica del escenario, el recorte del comportamiento humano nos hace encontrarnos con una charla de oídos sordos, de información lanzada como vómito bulímico: Sin masticar, sin digerir. Una charla en que las individualidades se expresan y se exigen, se exponen y se deforman sin que parezca haber un intercambio real. Un muro de facebook, palabras e imágenes sin cuerpo.
Ecos de la flexibilización laboral. *
Un temita el Pity Álvarez nos acompaña al cambio de escena, o a irnos si no nos gusta lo que estamos viendo. Pero lo que estamos viendo en ese momento es a las chicas que se cambian con las cortinas abiertas y, esto hay que decirlo, es todo un espectáculo. Es tan real ver a un actor (sobre todo a una actriz, guiño machista) cambiarse la ropa, que ese solo momento (que también invita a la charla con el acompañante de turno) junta la intensidad necesaria para que tenga sentido. Es la ventaja de que las cosas ocurran en un escenario: Parecen más reales.

Y entonces irrumpe de nuevo lo onírico: Pasó tiempo, pasó algo. La segunda escena revela la flexibilidad de las actrices (Cecilia Patalano y Agostina Prato) que parecen ahora dos personas distintas, otra vez. Empieza a ponerse un poco más en juego el cuerpo y nuestra percepción se transforma para llevarnos a todos a 10.000 pies de altura. Y este será el momento más alto de la obra, porque después de eso todo lo que ocurra nos irá haciendo poner cada vez más los pies en la tierra: Las formas de seducción, la superficialidad de las relaciones, los excesos, el absurdo, la vida social, la amistad, el capricho, la necesidad, el sustento, los recuerdos... La vida que existe detrás de conseguir el pan para mantenerla, y que muchas veces se termina limitando a eso.

De eso se trata para mí el teatro: Es una foto de cómo nos verían vivir si nos vieran desde afuera, desde lejos. Se trata de ofrecernos otra perspectiva de lo que hacemos todos los días. De permitirnos cambiar de punto de vista por un ratito; para después salir de la sala por esa puerta que conduce a nuestro escenario, ese donde los actores somos nosotros, donde las decisiones y el criterio artístico es el nuestro aunque la escenografía sea prestada... y vivir con lo que hemos visto, vivir gracias a esto, crecer gracias a esto.

Y, esto también hay que decirlo: Shakespeare's not dead.

https://www.facebook.com/230001Teatro
Por cierto, los que hayan leído esta crítica y tengan ganas de ver la obra, llamen para reservar y avisen que es de parte mía, así los anotan para un dos por uno (no sé cuánto durará la promo). ¡Abundancia y a llenar las salas!

Gracias.

* Todas las fotos son de Rafael Beltrán (https://www.facebook.com/rafael.beltran). Gracias también a él.

martes, 17 de julio de 2012

Cineamano.

Se te va a romper el corazón
y no por eso vas a llorar.
Se te va a gastar el corazón
es normal, para eso está.

(Fragmento de una de las letras de la banda sonora de la obra).



Había visto esta forma de expresión como suelen verse esas cosas en estos tiempos: en un video en internet. Vidrio, arena entrelazada con plástico y conductores eléctricos. Y anoche tuve la oportunidad de vivir en vivo la experiencia, en el CEC, gracias a Julieta Tabbush, nacida en Neuquén y su grupo mexicano “El Ojo”, en el Festival Eclipse de teatro de sombras (programación en www.facebook.com/gurumujeresdesombras).


El gallo rojo, el gallo negro y Julieta.
La música resucitando de entre los ceros y los unos, renaciendo por los parlantes para guiar los movimientos de una mano sobre un retroproyector de acetatos, dando forma y vida a la arena que aparece en la pantalla grande. Una forma particular de teatro de sombras, donde los dibujos nacen, cambian y se entrelazan en una historia que se va, como arena entre los dedos.

Una vez pensé que el conocimiento científico humano está basado en la arena. Galaxias y moléculas se hermanan en el relato visual del vidrio, que es poco más que sílice fundido. Mirando la arena el hombre imaginó lugares distantes, o demasaiado pequeños; planetas, microbios y átomos. Y en esto fundaron su dominio quienes supusieron que el conocimiento es poder. O quienes en estas visiones justificaron ese poder. O quienes no pudieron ver más que el reflejo de su propia forma.

Ayer me retrotraje a estas ideas abandonadas, conclusiones de otro yo bastante menos tendiente a la práctica (que confundía la facultad de filosofía con la facultad de filosofar). Y las vi a través de un retroproyector, en dibujos trazados en arena, a través de lentes de vidrio iluminados por resistencias de tungsteno incandescente.

Todo en el mismo lugar.
Les dejo las palabras de Julieta y los invito a ver la obra en la Isla de los Inventos (Corrientes y el Río, aunque es un poco antes del agua), este Miércoles a las 16 hs. Y el Jueves (19 de Julio) de 16 a 19 estará dando un taller de “Animación en tiempo real”.

“Recuperar un aparato casi obsoleto en términos tecnológicos, como es el retroproyector, nos abrió un abanico de posibilidades para desarrollar técnicas de animación visual y construir un gesto plástico propio. La técnica que utilizo en este Cineamano surge en los años 60’s, en Canadá, con los movimientos artísticos de la época, rupturistas y psicodélicos. En nuestro laboratorio aprehendimos la técnica, la hicimos nuestra  y la investigamos hasta lograr una narrativa propia, auténtica, que pretendemos se multiplique y colectivice.

El Cineamano que presento en esta oportunidad, surge de una selección de canciones de autores mexicanos con quienes comparto su mirada crítica, política y  antropológica. La esencia latinoamericana de las realidades que se cuentan o cantan en las canciones podría habitar en cualquier ciudad, pueblo o barrio de los países oprimidos de nuestro continente.



El Cineamano pretende contagiar y motivar a toda persona que quiera expresarse plásticamente, sosteniendo como manifiesto que el ser humano tiene la capacidad creativa para desarrollar sus ideas, sus pensamientos, y mientras transitamos ese camino nos transformamos en seres libres y felices.

Mi deseo, en términos personales, es que el Cineamano se multiplique y mine los establecimientos, que sea testigo y cómplice de narrativas diversas,  que sea de todos y de nadie, como las ideas.”

Y me quedan preguntas: ¿Quién dibuja los barrotes? ¿Quién denuncia los barrotes? ¿Quién pone los barrotes?

domingo, 8 de julio de 2012

Tonolec.

A mi madre, que nació y creció en Comandante Fontana, Formosa, y por cuyo origen tengo el enorme placer de conocer aquellas tierras desconocidas por turistas, y no tan desconocidas para las empresas que depredan sus especies y asesinan a su pueblo prolongando una conquista que, más allá del silencio de los medios de comunicación, y de todo "gobierno", continúa entre las sombras.
 
Gracias a Caromelie Sol por esta y las demás fotos, gentilmente compartidas.

Lec, es la desinencia diminutiva en la lengua Q'om. El nombre de la banda podría entonces entenderse como "tonito". Pero detrás de todo hay una leyenda, y también detrás de ese nombre. El tonolec, explicó Diego, es un pájaro de rapiña, como el Caburé, pero más chiquito. Le fue dado el poder de atraer a las presas con su hermoso canto. En algún momento comenzó a abusar de ese poder, así que se decidió hacer correr el rumor de que sus plumas traen suerte. Y los cazadores empezaron a desplumarlos.

Me viene a la mente esa definición platónica del hombre como "bípedo implume", ante la cual Diógenes peló una gallina viva y la mostró diciendo que eso, según los platónicos, vendría a ser un hombre.

Pareciera que algo en los humanos nos hermana a ese pájaro cantor, a ese pájaro que conoció la abundancia, la superstición, y el dolor. La vida con todo lo que trae. Somos cazadores, y nuestra presa es la vida. Nuestro arma es el arte, nuestras obras. Hechas con el alma en la sangre, hechas con el barro en las manos. Y su expresión es tan variada como almas somos en la tierra.

Infinitas sincronías me llevaron a presenciar al grupo, en su formato de trío electrónico, anoche en la Sala Lavardén. Desde que los conocí por su tema "En busca del sol" creí que eran de una tierra mucho más distante (México o Venezuela, y me pregunto por esa dificultad para reconocer la belleza entre nosotros), y probablemente mucho más misteriosa. Y ayer descubrí que estaba en lo cierto.  Porque el origen físico de este grupo es la ciudad de Resistencia, en Chaco. Y el origen de su sangre, es el alma de los pueblos originarios.

Charo Bogarín es formoseña, nacida en la ciudad de Clorinda. Y se encontró hace unos años con Diego Pérez, chaqueño de Resistencia, con quien decidieron fusionar los cantos ancestrales y la música electrónica. Una forma de integrar, eso que tanta falta hace, una forma de crear en conjunto, en vez de sobreponerse y matar, una forma de escucharnos y compartirnos. Todo en esta tierra está para enriquecernos. Y cada cosa que desaparece de su faz es un regalo que nos perdemos.


Y Tonolec es un regalo. Una escenografía simple que evoca en tonos ocres el calor del fuego, ese abuelo que tanto nos ha dado. Una percusión cargada de tierra y el aire de los sintetizadores. Y el agua en la imponente cantante que, como un tero de plumas rojas, nos distrae de sus piernas con su voz, que enmudece todo lo demás. Y vibra en esa voz los tonos ancestrales. Cantos que nos sintonizan con las memorias de américa, cantos al servicio de la vida. Lamento, Celebración, una cura, una limpia. Una sanación con sonido.

En su formato trío, con Lucas Helguero (integrante de la bomba de tiempo) encargado de la tierra, son realmente disfrutables; pero contaron que en Buenos Aires se presentan como octeto acústico cada quince días (si alguien sabe bien dónde y en qué fechas, me avisa). Realmente dan ganas de llegarse hasta la capital para ver eso.

La lista de temas demuestra su conexión, su reversión de muchos que al servicio de la música (muchos en su disco "Los pasos labrados") han dado al viento sus verdades. "Zamba para olvidar", de Daniel Toro, el "Cosechero" de Ramón Ayala y la fantástica versión en lengua Q'om de "Cinco siglos igual", homenaje en vida a León Gieco. Y en plan de abrir la música a los pueblos, su canción para niños ("porque la música a veces es cosa de grandes") So Caayölec, "El caballito". Y algunos de sus clásicos: "Antiguos dueños de las flechas", "Corazoncito" y "Canción de cuna". Y un momento de ovación de pie con la dedicatoria de "Llora tus penas" a todas las mujeres de la sala.

Cuando uno tuvo la suerte de recorrer esas tierras casi vírgenes (para el progreso europeo), entiende el respeto que inspiran. Las serpientes paseándose tranquilamente por las ramas, alejadas del quemante suelo recalentado con el sol blanquísimo de la siesta. El silencio del monte que esconde animales impensados e impensables. Los yacarés, con todo su poder al servicio de tomar sol a un costado del río. Y el yaguareté que se adivina con esa forma infantil del respeto que es el miedo. Las espinas de sus plantas que han entendido que para vivir hay que saber poner límites. Y también saber dejar espacios en los que reconocer nuestra vulnerabilidad.

Y, como el algodón, abrirnos a la belleza.

Gracias Tonolec.

http://www.myspace.com/tonolec